NANO: He tenido suerte!

03-12-2008

NANO
He tenido suerte.



 La crisis inmobiliaria ha hecho que las constructoras, en un arranque de miedo generalizado a no poder vender sus pisos, paralizaran muchas obras. Una de ellas me concierne en primera persona. No porque me pudiera quitar vistas, ni porque trajera prosperidad a una buena zona con una población emergente, sino simplemente porque es donde vivo. En ese descampado tengo mi familia y mis amigos, y de vez en cuando se pasa algún que otro humano de uno de los pequeños apartamentos que hay justo al lado del bancal.

 Ya redujeron mi hábitat. A unos pocos cientos de metros hay tres edificios en marcha. A alguien se le ocurrió que podía coger lo que por derecho y desde generaciones nos pertenecía a mí y a mi familia, sin nombrar la extensión que antaño tenía nuestro territorio. Mi abuela que en paz descanse me contaba que no había campos de golf, sino un inmenso y vasto bancal repleto de olivos, plantas silvestres, cañas, e incluso algún granado. Me dijo que podía tirarse horas enteras corriendo por el campo sin que uno de esos monstruos grandes y malolientes que corren por esas extrañas pistas le cortaran el paso a gran velocidad, sin ni siquiera percatarse de su presencia, con todo el peligro que ello conlleva.


  No soy joven. Tengo, calculo, unos seis años. Demasiado para un gato callejero.


He aprendido a esquivar las piedras que vuelan de vez en cuando sobre mi cabeza, a oler primero la comida antes de tragarla, por mucha hambre que tenga, a evitar en todo lo que pueda las negras pistas y grandes y ruidosos monstruos que poco a poco van comiéndose mi territorio… y no es por echarme flores. Lo he aprendido todo yo solito. Nadie me enseñó, no porque no quisieran hacerlo, sino porque antes de mi nacimiento simplemente esos problemas no existían. El campo nos daba cobijo, descanso y comida.

 Pero yo no he conocido todo eso. Simple y llanamente he tenido que sobrevivir.

 No son pocos, ni muchísimo menos, los hermanos, primos y sobrinos que he visto destripados, envenenados y golpeados. Sin embargo, si mi memoria no me falla, nunca he visto a un gato callejero morir de viejo, excepto mi abuela, Ako.

 Que lista era. Lo que yo aprendí por nacimiento ella lo fue experimentando conforme iba pasando el tiempo, aunque no aguantó demasiado. Murió en su quinta o sexta camada, con unos nueve años. Un día se retiró a su refugio, que sólo ella sabía dónde estaba, y nunca volvió. Quiero pensar que murió como una buena madre y estoy seguro que lo hizo. Probablemente se dejara morir antes de que sus hijos nacieran. Antes de que vieran la luz de éste mundo tan cruel en el que les habría tocado vivir si hubiera podido aguantar su hilo de vida un par de meses más hasta destetar a sus últimos descendientes. Simplemente desaparecieron. Ella y su barriga hinchada de, probablemente, unos cuatro o cinco tíos míos.

 Por suerte, dejó una larga lista de sucesores en el difícil cargo de matriarca que ella ostentaba, el cual vino a parar directamente y por méritos propios a mi madre, Maiki. Quizá supo desde el primer momento que yo no estaba bien. Imagino que pensó que no podía dejar morir a ninguno de sus hijos, como hacen muchas otras, aunque le costara la vida en el intento. Puede que yo tuviera suerte y que influyera que de ella salimos solo tres y pudo ocuparse de nosotros perfectamente, pero aún así sé positivamente que hubiera preferido morir a abandonarme a mi suerte, aunque hubiésemos sido diez o doce bolas de pelo maullándole en el regazo y pidiendo comida.

 Soy pequeño, si. De ahí mi nombre, Nano. Un macho de unos cinco años y no mayor que una gatita adolescente. Quizá por eso estoy durando tanto. Puede que mi personalidad, mi carácter, y mi cuerpo pequeño y enfermizo hicieran que me preocupara más por mi propia supervivencia que por tener descendientes y perpetuar mi estirpe. Ya tengo muchos primos y no es algo que me preocupe en realidad. Con mi tamaño probablemente hubiera salido malherido en cualquier encuentro con otro macho, así que he preferido mantenerme lo más alejado posible de los problemas desde siempre.



 Aún así, juego. Juego con mis sobrinos y con sus hijos, ya que mis hermanos, según dicen ellos, ya no tienen edad para andar con jueguecitos y hay cosas más importantes en la vida, aunque a mi no me lo parezca, El haberme mantenido lejos de enfrentamientos y disputas me ha hecho ver el mundo de una manera diferente. Entre toses y mocos voy disfrutando de cada día con alegría… aunque hoy me encontraba mal.

 Me he despertado alejado de mi sitio, al lado de una de esas pistas que tanto odio y mi amigo humano al pasar con el monstruo me ha visto. Es el único monstruo que no me da miedo, y aunque es igual de maloliente se comporta de un modo distinto a los demás. Parece que supiera dónde estoy cuando pasa, y deja salir siempre a mi amigo humano de dentro de sus fauces. Sin duda no todos los monstruos son malos, ni todos los humanos crueles.

 Mi amigo humano, junto con quien supongo que será su compañera humana, nos dan de comer muchas veces. Nos suelen bajar, si no cada día, cada dos o tres, una bolsa de comida que han estado guardando para nosotros. Y cuando no tienen comida incluso nos traen una bolsa con unas bolitas que saben de maravilla, pero como somos tantos rara vez quedamos saciados y algunas veces incluso hubiéramos preferido que no nos bajaran nada, para no hacernos ilusiones.

 Esta mañana, cuando mi amigo humano me ha llevado a mi sitio con caricias y mimos, me ha contado que el ayuntamiento ha promulgado una ley por la que no se le permitirá darnos más de comer porque, según ellos, la comida que nos ponen atrae a las ratas. Y yo pienso… imposible. No quedan ratas porque nos comemos hasta sus huesos. Las ratas y ratones hace mucho tiempo que no se pasean por nuestro territorio. Tenemos tanta hambre que huelen el peligro desde el otro lado de la maloliente pista, y en cuanto alguna la cruza no da tres pasos sin que se le abalancen encima tres o cuatro de mis familiares, yo incluído.

 Pasamos mucha hambre, pero mi amigo humano me ha dicho que no me preocupe. Nos seguirá dando toda la comida que pueda aunque tenga que pelearse con sus superiores, seas quienes sean, y como me ha visto mal me ha dicho que os escriba una carta. No sé lo que duraré. No sé qué me pasa, pero estoy malo. No sé si es el frío o que mi debilidad empieza a hacer mella, ahora que voy dejando atrás mi juventud. Me ha dicho que os escriba ésta carta para ver si alguien se puede hacer cargo de mí. Nos estamos quedando sin terrenos de caza. Nos están negando la comida. Cada vez se nos tiene por animales más sucios cuando precisamente somos todo lo contrario y ya no sé lo que hacer. El colmo ya es que nos relacionen con las ratas y con la suciedad. Realmente aquí hay algo que falla y estoy a punto de darme por vencido y abandonarme al tedio. No sé lo que hubiera pasado si ésta mañana no hubiera aparecido mi amigo humano. Puede que algún monstruo me hubiera engullido sin contemplaciones.

 Mi abuela Ako, fallecida.

Mi madre Maiki, que aún me mima, aunque la pobre tiene ya sus achaques.

Mi padre Ramón, que a saber dónde está. También hace mucho que no lo veo. No quiero pensar demasiado.

Mis hermanos de camada Cieguita (probablemente la próxima matriarca, ciega de un ojo y con el otro a la virulé) y Nana, y los pequeños Armstrong, Aldrin y Collins

Mis tíos Llorón, Tricki, Gordo, Cabroncete, Pitufa (uno de sus hijos, Sagan, ha sido adoptado y vive felizmente con mi amigo humano en su casa. A veces nos saludamos por debajo de la puerta), Supersagan y Ako2

Todos y cada uno de mis primos, que no nombraré sino a los que no están: Ojitos y Tuertín, muertos de frío y hambre hace unos días, y Maiki2, engullida por un monstruo hace unos meses cuando aún era cachorro. Mención aparte merece mi prima Lucy. Ahogada DOS veces (la primera fue salvada por mi amigo humano, pero la última fue fatal, sólo pudo enterrarla mojada y fría) y los cuatro cachorros de la primera camada de mi tía Cieguita, asesinados vilmente por unos vecinos cuando sólo tenían un par de días de vida. Imaginaos su frustración.

 Aunque sea yo quien os escribe ésta carta, lo hago en nombre de todos ellos.

 Si alguien quiere adoptarme a mi o a alguno de los que quedamos puede hacerlo. Tengo pedigrí. El pedigrí de la calle. El real, elegante y genuino pedigrí del gato callejero.

 No sé lo que durará la crisis. Espero que mucho. Por ahora… he tenido suerte.

 Héctor Antón